Una ¡Obra de Arte!, eso fue lo que dije cuando salí de ver por primera vez Wall-E ya que me dejado más que impresionado. Y es que, más allá del implícito mensaje ecologista que todos los medios de comunicación resaltaron en su momento de la película, Wall-E hace referencia a tópicos que a primera vista se pierden, pero que poniendo un poco de atención son fáciles de encontrar y comprender.
La trama la mayoría la sabe, Wall-E es un robot que se encuentra sólo en la tierra y que por 700 años se a dedicado a comprimir y apilar en bloques la basura que los “cerdos humanos” dejamos atrás mientras que decidimos irnos a las estrellas a descansar de la “terrible y cansada” vida que teníamos en la tierra –y de paso seguir contaminando, sólo que ahora es el espacio”.
En estos 700 años pasaron muchas cosas, siendo las principales, que la mayoría de los Wall-E –que es un acrónimo de su verdadero nombre en inglés- dejaron de funcionar con el paso del tiempo y en apariencia este Wall-e es él único que continua funcionando y cumpliendo con su “directiva” todo y cada uno de los días de su vida.
Pero como es de suponerse la soledad es un lugar tan vació que bueno, en ocasiones uno se aburre y comienza a volverse ocioso y a investigar para que sirven las cosas que lo rodean, y con tanta basura a su alrededor pues Wall-E comienza a generar una curiosidad por saber “para qué” funcionaba cada cosa, aunque claro en ocasiones el uso que les da él no es el mismo le daban los humanos.
Y aquí es cuando las cosas comienzan a cambiar y se convierten de una simple historia para niños a una verdadera obra de arte, y no sólo lo digo por la manera en la que visualmente se nos explica la manera en la que un robot ha generado sentimientos, miedos, curiosidad, empatía, amistad, pero sobre todo sorpresa y necesidad de cariño y amor, sino por lo que después vera el espectador.
Hasta ahí la película corre normal, el mensaje ecologista –sí es que realmente existe explícitamente- se hace presente en todo momento y bla, bla, bla, entonces Wall-E conoce a Eva, un robot por mucho mejor diseñado y más sofisticado que nuestro compactador de basura –que aquellos que vivimos en los ochenta nos hace recordar a otro robot cuadrado y simpático también- y que un día es dejada por una nave de exploración en la tierra.
Pero será entre una de esas cosas que Wall-E ha recolectado que Eva encontrara el principal elemento de su directiva mismo que al encontrarlo protegerá dando por terminada su misión y dejando una vez más a Wall-E sólo, aunque ahora él intentará por todos los medios posibles no perder a la única “amiga” –aunque tiene una mascota- que ha tenido en todo este tiempo.
El Axioma es la utopía que V.i.K.I de Yo Robot (y muchos otros) quiere crear y que falla al intentarlo, es decir, el lugar en donde los seres humanos ya no se lastimen unos a otros, en donde los robots los cuiden de todo, incluso de ellos mismos y en el que nada, absolutamente nada pase sin que ellos –los robots- lo sepan y que preservaran cueste lo que cueste. La diferencia entre V.I.K.I y la computadora del Axioma es que mientras la primera busca su objetivo mediante “revolución” la segunda apuesta más al confort y al olvido.
La ironía –o se supone que lo sea- es que dentro de toda esta podredumbre y asquerosidad enmarcada en impecable limpieza y orden, es que un pequeño robot, una forma de vida artificial sea la única “cosa” viva que recuerde y le de significado a esa palabra “vivir”.
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