Sin
rebuscadas introducciones esta vez, vamos directo al grano: “En tierra de
ciegos, el tuerto es rey”, esa es la mejor manera en que puedo hablar sobre La Boda de Valentina, una comedia
mexicana que se puede considerar “buena” a secas, que a pesar de no ser innovadora,
al compárala con la basura a la que
usualmente me expone el cine mexicano, termina siendo de lo “menos peor” que he
visto últimamente en el cine nacional.
En La Boda de Valentina veremos las complicaciones
por las que pasa una mujer a la hora de querer casarse con su prometido extranjero.
Valentina (Marimar Vega) es una mujer mexicana que, a causa de su controversial
familia, ha decidido trabajar y vivir en el extranjero. Cuando su familia, que está
a la cabeza de un turbio y poco honesto partido político (es decir, cualquier
partido político real o ficticio) involucra a Valentina en un fraude para
ocultar su declaración patrimonial, Valentina se verá obligada a regresar a México
para aclarar la situación y dejar todo en orden antes de poder casarse con su
novio Jason (Ryan Carnes).
Una comedia romántica
más, porque no es como si fuera uno de los géneros más sobreexplotados del cine
mexicano. Lo que distingue (al menos un poco) a La Boda de Valentina de otras disque “comedias” románticas mexicanas,
es que logra inyectar un de crítica social y hacer mofa de la idiosincrasia mexicana
al mismo tiempo, entremezclando estos recursos y evitando que se sobreexplote
uno de ellos más que los otros, dando como resultado una comedia ligera y
sencilla que cuenta con una identidad propia y que no es el mismo gastadísimo guion
de película gringa que, casualmente, lo único que hace es cambiar actores de
otras nacionalidades por mexicanos.
No me
malentiendan, la película está plagada de los mismos clichés gastados y
predecibles que pululan en todas las comedias románticas (sin importar su
nacionalidad), pero al menos logra balancearlos con otros recursos cómicos,
como la ya mencionada crítica a la política mexicana, recurso también bastante
explotado en el cine nacional, pero que logra darle un poco de variedad al
humor de la cinta.
Aunque la
comedia no es como para reír a carcajadas, por lo menos provoca una sonrisa en
el espectador de vez en cuando, algo que usualmente es casi imposible de lograr
con la comedia sosa y sin gracia de muchas otras producciones nacionales. Las
bromas y chistes no se fuerzan tanto como en otras “comedias”, aunque eso sí,
en más de una ocasión se alarga un chiste de manera innecesaria, matando casi
por completo la gracia y haciendo que la escena en cuestión suplique a gritos
la eutanasia.
Odio tener
que usar la misma burda excusa que muchos utilizan a la hora de hablar del cine
mexicano, pero cada vez parece ser menos una excusa y más una triste realidad. La Boda de Valentina es buena… para ser
una película mexicana. No, no es como para ir corriendo al cine a verla; no, no
es una comedia que los hará llorar de risa y no, definitivamente no tiene
elementos que la hagan memorable, pero es una distracción lo suficientemente
entretenida como para matar el tiempo. Pongámoslo así, La Boda de Valentina no me hizo anhelar el frio y liberador abrazo
de la muerte después de verla, y si me conocen, sabrán que ese es el alago más
grande que puedo darle a una película mexicana.
La Boda de
Valentina: 3/5. Buena.
Mejor que: Cambio
e Ruta (2014), No Manches Frida (2016), Compadres (2016), El Que Busca
Encuentra (2017), Todos Queremos a Alguien (2017), Me Gusta pero Me Asusta (2017),
Lo Más Sencillo Es Complicarlo Todo (2018),
No tan buena
como: La dictadura Perfecta (2014), Treintona, Soltera y Fantástica (2016).
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