Ya sea
música, literatura, cine o cualquier otra expresión artística, un clásico puede
ser del agrado de la gente o no, pero hasta los más ávidos detractores deben
reconocer que usualmente cuando una obra llega al estatus de “clásico” se debe
a su importancia dentro del medio al que pertenece. No hay nada que dicte que
algo considerado como un clásico deba ser universalmente venerado por todo el
mundo, o por lo menos eso es lo que quiero creer ya que sí existe una ley en
contra de aquellos que no disfrutan de lo que se le llama clásico, debo
declararme culpable y decir que, a pesar de que Cuentos de Tokio (Tokyo
Monogatari) sea considerada una de las mejores películas en la historia del
cine, la verdad es que me resulto extraordinariamente aburrida.
En Cuentos de Tokio veremos la historia de
un par de ancianos que van a visitar a sus hijos a la ciudad de Tokio. Shukichi
(Chishu Ryu) y Tomi Hirayama (Chieko Higashiyama) son una pareja de adultos
mayores que viven en el tranquilo Onomichi y deciden hacer un largo viaje al bullicioso
Tokio para visitar a sus hijos.
Puede que la
descripción anterior sea extraordinariamente sencilla, pero a grandes rasgos
esa es prácticamente toda la trama del filme. La película bien podría ser una fotografía
de la vida en Japón durante los años 50´s, lo cual sin duda le da un valor histórico
importante. Verdaderamente la cinta nos cuenta la visita de esta pareja a sus
hijos y nada más.
El filme
tiene un compromiso con el realismo. No existen grandes intrigas, ni secretos
familiares terribles, no hay giros que tomen por sorpresa al espectador, en
verdad Cuentos de Tokio es el retrato
de una familia cualquiera y su vida diaria, lo cual suena bastante aburrido (y lo
es), pero no carece de un contenido más profundo aunque igualmente cotidiano. Podría
decirse que lo más “importante” del filme se nos da en los últimos minutos de
la historia que resultan una cubetada de agua fría, no por ser algo inesperado
sino por tratar con algo que, quizás inadvertidamente, vivimos todos los días
sin siquiera pensarlo. Esto podría hacernos pensar que existe la posibilidad de
ahorrarse la gran mayoría de la película y mirar el final directamente, pero
hacer eso reduciría tremendamente la efectividad del desenlace. El final de la película
es bueno pero para poder disfrutarlo por completo hay que recorrer un largo,
lento, aburrido e ineludible camino.
Puedo ver
como aquellos que sí saben de lo que hablan pueden considerar Cuentos de Tokio como una obra maestra.
El retrato común y corriente de una familia suena bastante aburrido, pero eso
no significa que carezca de un trasfondo muy humano. La historia de los
Hirayama es un cuento de padres e hijos, de la brecha generacional que el
tiempo se encarga de abrir cada vez más para separarlos, de la desilusión tanto
de padres e hijos por no alcanzar las grandes expectativas que se tienen unos
de otros y, a pesar de ello, la película nos habla del amor incondicional que existe
en los lazos familiares aun cuando ese amor no sea visible a primera vista. A
pesar de todo lo anterior Cuentos de
Tokio no deja de sentirse terriblemente aburrida, por lo menos para un público
contemporáneo debido a su presentación. Como un snob que ama incondicionalmente
el cine debo decir que me siento bien por haber visto esta película ya que no
deja de ser una pieza importante en la historia del cine pero sinceramente es
algo que no tengo ni el más mínimo interés en volver a ver.
Cuentos de
Tokio: 2/5. Meh.
Si te gustó,
considera ver: Godzilla (1954), Los Siete Samuráis (1954). Ambas cintas no tienen
nada en común con Cuentos de Tokio,
pero me resultan un ejemplo más entretenido del cine japonés de los 50´s.
Comentarios